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Qué queremos las mujeres de los hombres

Una cálida bienvenida de Malachuca:

Una decisión muy difícil que tomé últimamente fue dejar al hombre de mis sueños. Cada encuentro con él era mágico, su presencia me hacía volar. Le conocía muy bien después de tantos años de relación, sabía leerle como un libro abierto, conocía el significado de cada pliegue, de sus distintas caídas de ojos, de su decir sin decir. Juntos parecíamos unos novios recientes, ansiosos, y cada beso era un nuevo milagro que nunca se desgastaba, siempre estaban ricos, nunca se ajaban por la costumbre. Cada cita gloriosa la anotaba en mi calendario en rojo esperando el momento con impaciencia y cada vez era mejor que la anterior. Siempre que estaba con él tenía la convicción de que era el hombre de mi vida, con el único que podía ser yo misma, me sentía vivaracha, eléctrica, seductora. Y sin embargo, le he tenido que dejar porque me hacía infeliz.

Tópico de hoy: Lo siento bonito, pero tengo que dejarte


Cuando una mujer dice que una relación no la llena, los ojos de otra mujer la miran extrañada. “¿Por qué?, si es un chico majo, se nota que te quiere y que os lleváis muy bien.” “Si, ya, pero no es eso. Yo también le quiero, pero hay algo, no sé, que no me llena….. es que no me habla de sus cosas.” Cualquier hombre al oír esto, exclamaría: “¡Otra con lo mismo!” Y si su esposa estuviera al lado, contestaría “Te acabarás acostumbrando a que no te escuchen”.

Esa laguna agridulce que no sabemos como definir es la distancia. No física, sino emocional. Una delgada frontera de indiferencia trazada por el hombre para separarse de las emociones de la pareja tras la cual sólo él parece sentirse cómodo.

Nos quieren, pero ni nos hablan ni nos escuchan ni se lo plantean siquiera. Nos miran con la cara que inventó el título “Las mujeres son de Venus y los hombres de Marte”. Estamos siempre con lo mismo, sí, pero para nosotras solas, llevamos las comeduras de coco por dentro. Las mujeres nos callamos esa mezcla agria de amor y sufrimiento que parece que es un ejemplo que se pasa de madres a hijas. Nos enseñan a considerar normal que los hombres no den explicaciones, no den razón de sus comportamientos o sean evasivos, esto los casados; los solteros además pretenden que comprendamos sus silencios, sus huidas, sus desapariciones y sus re-apariciones. Y nosotras somos las que siempre estamos detrás, pidiendo hablar, compartir, intimar, es el juego del gato y el ratón que por fin comienza a hartarnos. Ya no valen las patéticas excusas de “nunca te he pedido nada”, “no sé a que te refieres”, “confórmate con lo que tienes”, “no comprendo a qué te refieres”, “de dónde has sacado eso”, “adónde quieres ir a parar”…

¿Por qué les molesta tanto a los hombres hablar de temas íntimos? ¿Quiere el hombre que siempre se le comprenda? ¿O es el no-compartir sus sentimientos un modo de que la mujer siempre esté por debajo de él? Este tipo de incomunicación o distanciamiento como expresión de una actitud de desigualdad o inferioridad es la moneda de muchos hombres para evitar la fraternidad con alguien en un plano inferior. Si hablas demasiado de ti puede que el otro adquiera sobre ti algún tipo de dominio por la información suministrada. Aunque resulta penoso pensarlo, este tipo de comportamiento se da mucho en la relación hombre-mujer, al no hablarlas o bien dialogar con ellas en plan “te lo concedo” están dejando de participar con la mujer en un plano de igualdad para situarla en un escaño inferior, y de esta manera consiguen llevar ellos las riendas del curso de la relación.

Esta actitud hace aparecer a las mujeres frágiles, infantiles, sensibleras. Resulta intolerable hacer sentir a alguien culpable simplemente por hablar de sus sentimientos a la persona que ama, y que sabe que le aman (y que puede ser recíproco). Normalmente es siempre la mujer la que ocupa este embarazoso puesto porque es la que suele iniciar las conversaciones difíciles o serias (“tenemos que hablar”). Y lo más normal es que el hombre la deje sola con su monólogo. Cuando se habla de temas que atañen a los dos o concretamente a la mujer, el hombre se aleja de mil modos: finge escuchar para que se calle, cambia de tema, se muestra preocupado o se olvida de contestar incluso si se acaba con una pregunta. Vuelvo a lo de antes. Nos tratan con actitud condescendiente y pareciera que quisieran hacernos entender que no somos sus iguales y nos ponen en nuestro sitio con la distancia. Y dicen que nos quieren.

Primero comencé por soñar en rosa con el hombre de mi vida que me trataba como a una princesa y acabé cuestionándome si me tomaba en serio, si de verdad le interesaba yo como mujer. Me di cuenta que trataba mis cosas como si carecieran de validez, como si mis opiniones no tuvieran suficiente credibilidad. Comprendí que no me sentía conocida ni comprendida, vi que no me veía. Finalmente, caí en la cuenta de que lo que me estaba haciendo infeliz era todas las emociones que ocultaba y silenciaba, las contradicciones que me atormentaban y el anhelo de ese amor que no veía colmado.

Entonces llegué a la pregunta que se hacen todos los hombres: ¿qué queremos las mujeres?
Nosotras anhelamos ser amadas, física y emocionalmente. Sentirnos realmente amadas. El hombre da por sentado el apoyo emocional de la mujer, nuestro amor y nuestra solicitud incondicional. Pero nosotras también.

Por lo tanto, reflexioné, si esta relación, por mucho amor que tenga, no colma mis ansias de intimidad me veo obligada a cortar. Estoy harta de compartir con él hasta la mínima parte de mi ser y no sentirme correspondida, ni comprendida, ni conocida bien en absoluto. No me siento tan importante en su vida como para que se moleste en conocerme tanto como me vuelco yo.

Por lo tanto, le dije, “lo siento bonito, pero tengo que dejarte”. Quiero una relación realmente íntima no sólo sexual, quiero una persona que ahonde en mí de manera cariñosa, quiero un hombre que sepa aceptar mi afecto y que me haga partícipe de sus emociones. Quiero una pareja en igualdad. Y ese, no eres tú.

Devotamente tuya,
Malachuca

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